El tiempo andino es música que saluda los ciclos del sol sobre la Madre tierra. No en vano las estaciones del año implican, al menos, un ciclo de ocho fiestas rituales, todas como gratitud al don de la Vida, los frutos, las flores y la memoria de los ancestros. Así, a diferencia del kronos productivo occidental, el tiempo andino no es para extraerle sus bienes (“recursos naturales”), sino trabajo para hacer reverencia ritual a la Inteligencia generosa y acompañante del Cosmos Invisible.
El tiempo no es un espacio para competir, deprimirse, odiar o correr, sino una cíclica invitación al festejo y a la ceremonia, un espacio para admirar las lentitudes ocultas (otoño) o manifiestas (primavera) de la Vida. Y se trabaja no para invertir tiempo en objetivos materiales, sino para ser dignos hijos del sol, representantes honorables del Poder Supremo que maneja el curso de los ríos y la Luz de las montañas.
Siempre el hombre andino -desde hace 15 mil años- sabe que solo tiene frente a sí al pasado, por lo que constantemente puede estar interrogando a la experiencia y así hacerse más sabio. En cambio el futuro lo tiene a sus espaldas, por detrás, dado que no lo conoce y es una gran incógnita La palabra aymara que indica el pasado es nayra, que literalmente significa ojo, “a la vista” o “al frente”. La palabra que traduce futuro es qhipa, que quiere decir detrás o a la espalda. Qhipüru, la palabra aymara que se traduce como mañana, combina qhipa (:”atrás”) y uru (:”día”), siendo literalmente «día que está a la espalda», abierto a toda posibilidad. Por lo que la manera de reducir la incertidumbre de por lo que se nos viene por detrás, el futuro, es empoderar el presente capitalizando al máximo los aprendizajes del pasado.
ZILEY MORA
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